Literatura y comics bdsm: Historia de O (y III)
Este es el último fragmento de Historia de O que he seleccionado. Os aviso, para los que no estéis acostumbrados a este tipo de literatura, de que este fragmento es un poco más duro que los anteriores.
"Estaba de pie en el centro del salón, y sus brazos levantados y juntos, sujetos por los brazaletes de Roissy a una cadena que colgaba de una anilla del techo en el lugar que antes ocupaba una lámpara, hacían sobresalir sus senos. Sir Stephen los acarició, los besó, después le besó la boca, una vez, diez. (Nunca la había besado). Y, cuando le puso la mordaza, que le llenó la boca de sabor a tela mojada y que le empujó la lengua hacia la garganta, y cuando sus dientes ya casi no podían morder, él la cogió suavemente por el pelo. Ella se balanceó sobre sus pies descalzos, suspendida de la cadena.
-Perdóname, O -murmuró.
Nunca le había pedido perdón. Luego, la soltó y empezó a azotarla.
Cuando, después de medianoche, llegó René a casa de O, después de haber asistido solo a la fiesta a la que tenían que haber ido juntos, la encontró acostada, tiritando en su camisón de nylon blanco. Sir Stephen la había acompañado y acostado él mismo, y había vuelto a besarla. Ella se lo dijo. Le dijo también que no deseaba volver a desobedecer a Sir Stephen, comprendiendo que René sacaría de ello la conclusión de que le era necesario, y grato, ser azotada, lo cual era verdad (pero no era la única razón). Lo que ella comprendía también era que René necesitaba que ella fuera azotada. A él le horrorizaba golpearla, hasta el extremo de que nunca pudo decidirse a hacerlo; pero le gustaba verla debatirse y oírla gritar. Sir Stephen había utilizado una vez la fusta delante de él. René doblegó a O sobre la mesa y la mantuvo inmóvil. La falda le resbaló y él volvió a subírsela. Y tal vez necesitaba más aún pensar que, mientras no estaba con ella, mientras él paseaba o trabajaba, O se retorcía, gemía y lloraba bajo el látigo, pidiendo clemencia sin obtenerla, y sabía que aquel dolor y aquella humillación le eran infligidos por voluntad del amante al que ella amaba y para su satisfacción. En Roissy, él la hacía azotar por los criados. En Sir Stephen, encontró al amo severo que él no sabía ser.
El que el hombre al que más admiraba en el mundo se complaciera en ella y se tomara la molestia de ponérsela dócil, acrecentaba la pasión que René sentía por ella y así lo comprendía O. Todas las bocas que habían mordido su boca, todas las manos que le habían asido los senos y el vientre, todos los miembros que habían penetrado en ella y que habían demostrado que estaba prostituida, al mismo tiempo, en cierto modo, también la habían consagrado. Pero, a los ojos de René, esto no era nada comparado con la prueba que aportaba Sir Stephen. Cada vez que ella salía de sus brazos, René buscaba en ella la marca de un dios. O sabía que si, hacía unas horas, la había delatado, fue para provocar un nuevo y más cruel castigo que la dejara señalada. Ella sabía también que, si bien las razones que pudieran existir para provocarlo podían desaparecer, Sir Stephen no se volvería atrás. Tanto peor. (Tanto mejor, pensaba ella). René, conmovido, miró largamente su cuerpo esbelto con gruesas marcas violáceas, como cuerdas, cruzándole los hombros, la espalda, las nalgas, el vientre y los senos, moteadas de alguna que otra gota de sangre."
Espero que estos fragmentos hayan despertado en vosotros la curiosidad por esta magnífica obra literaria que tanta pasión e interés suscita en los amantes del bdsm.
Hellcat
Barcelona
10 de febreo de 2004
"Estaba de pie en el centro del salón, y sus brazos levantados y juntos, sujetos por los brazaletes de Roissy a una cadena que colgaba de una anilla del techo en el lugar que antes ocupaba una lámpara, hacían sobresalir sus senos. Sir Stephen los acarició, los besó, después le besó la boca, una vez, diez. (Nunca la había besado). Y, cuando le puso la mordaza, que le llenó la boca de sabor a tela mojada y que le empujó la lengua hacia la garganta, y cuando sus dientes ya casi no podían morder, él la cogió suavemente por el pelo. Ella se balanceó sobre sus pies descalzos, suspendida de la cadena.
-Perdóname, O -murmuró.
Nunca le había pedido perdón. Luego, la soltó y empezó a azotarla.
Cuando, después de medianoche, llegó René a casa de O, después de haber asistido solo a la fiesta a la que tenían que haber ido juntos, la encontró acostada, tiritando en su camisón de nylon blanco. Sir Stephen la había acompañado y acostado él mismo, y había vuelto a besarla. Ella se lo dijo. Le dijo también que no deseaba volver a desobedecer a Sir Stephen, comprendiendo que René sacaría de ello la conclusión de que le era necesario, y grato, ser azotada, lo cual era verdad (pero no era la única razón). Lo que ella comprendía también era que René necesitaba que ella fuera azotada. A él le horrorizaba golpearla, hasta el extremo de que nunca pudo decidirse a hacerlo; pero le gustaba verla debatirse y oírla gritar. Sir Stephen había utilizado una vez la fusta delante de él. René doblegó a O sobre la mesa y la mantuvo inmóvil. La falda le resbaló y él volvió a subírsela. Y tal vez necesitaba más aún pensar que, mientras no estaba con ella, mientras él paseaba o trabajaba, O se retorcía, gemía y lloraba bajo el látigo, pidiendo clemencia sin obtenerla, y sabía que aquel dolor y aquella humillación le eran infligidos por voluntad del amante al que ella amaba y para su satisfacción. En Roissy, él la hacía azotar por los criados. En Sir Stephen, encontró al amo severo que él no sabía ser.
El que el hombre al que más admiraba en el mundo se complaciera en ella y se tomara la molestia de ponérsela dócil, acrecentaba la pasión que René sentía por ella y así lo comprendía O. Todas las bocas que habían mordido su boca, todas las manos que le habían asido los senos y el vientre, todos los miembros que habían penetrado en ella y que habían demostrado que estaba prostituida, al mismo tiempo, en cierto modo, también la habían consagrado. Pero, a los ojos de René, esto no era nada comparado con la prueba que aportaba Sir Stephen. Cada vez que ella salía de sus brazos, René buscaba en ella la marca de un dios. O sabía que si, hacía unas horas, la había delatado, fue para provocar un nuevo y más cruel castigo que la dejara señalada. Ella sabía también que, si bien las razones que pudieran existir para provocarlo podían desaparecer, Sir Stephen no se volvería atrás. Tanto peor. (Tanto mejor, pensaba ella). René, conmovido, miró largamente su cuerpo esbelto con gruesas marcas violáceas, como cuerdas, cruzándole los hombros, la espalda, las nalgas, el vientre y los senos, moteadas de alguna que otra gota de sangre."
Espero que estos fragmentos hayan despertado en vosotros la curiosidad por esta magnífica obra literaria que tanta pasión e interés suscita en los amantes del bdsm.
Hellcat
Barcelona
10 de febreo de 2004
2 comentarios
Hellcat -
Quizá deberías preguntarte si la depravación está dentro de tu mente en vez de en un JUEGO como el BDSM, CONSENSUADO entre ADULTOS, donde el RESPETO, la AMISTAD, el AMOR y la DIVERSIÓN son las claves.
Te invito a que leas todo el blog, para que veas que el BDSM no es lo que tú crees que es.
claudia -