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Master Hellcat

Relatos: Yo, Vampiro (IV)

4. El Consejo.

Según me informó Isabelle mientras caminábamos, el Consejo se reunía de forma rutinaria una vez al mes, aunque cualquiera de sus miembros podía convocarlo de forma extraordinaria si se daba alguna circunstancia que así lo requiriera. Esta vez, el Consejo había sido convocado por Isabelle para informar de mi existencia y darme a conocer formalmente a la comunidad vampírica de Constantinopla. Eso significaba que ella no podría formar parte del Consejo en esa ocasión, al crearse un conflicto de intereses por ser mi creadora. Por lo tanto su puesto sería ocupado por otro vampiro, aunque desconocía quién iba a ser.
El órgano ejecutivo del Consejo estaba formado por siete inmortales. Los únicos requisitos necesarios para pertenecer a este órgano eran residir en la ciudad correspondiente, en este caso, Constantinopla, o alrededores, y que la edad del vampiro no fuera inferior a un siglo de existencia inmortal.
La renovación del mismo se llevaba a cabo cada año, mediante una simple votación de todos los vampiros que acudían al Consejo, sobre las candidaturas presentadas. De vez en cuando, por diversas circunstancias, uno de los puestos quedaba vacante. Entonces el presidente del órgano ejecutivo, elegido por los propios miembros, convocaba un Consejo extraordinario para cubrir el puesto.
La mayoría de las veces los candidatos eran pactados entre los vampiros, pues siempre había algún miembro de la comunidad especialmente apreciado o apto para el puesto que era unánimemente aceptado por todos los vampiros de la ciudad. Sin embargo, de vez en cuando se presentaban dos o más candidatos con iguales posibilidades de salir elegidos. En esos casos era de la máxima importancia llegar a algún tipo de acuerdo, ya que, en caso de disputa, ésta podía degenerar en un enfrentamiento abierto entre las distintas facciones que apoyaban a los candidatos.
Isabelle me comentó que tan sólo una vez la disputa fue lo suficientemente grave como para dar lugar a una guerra abierta entre vampiros… y que esperaba que nunca más volviera a ocurrir, puesto que fue una época oscura que nadie quería revivir.
Cuando le pregunté qué vampiro había sido objeto de la disputa, la respuesta me sorprendió. “Fue Nafir. Se presentó candidato, pero algunos sectores descontentos con él a causa de sus excentricidades temían que su forma de ser perjudicaría las actividades del Consejo. Y se negaron a secundarle. Tuvimos muchas oportunidades de detener la disputa, pero no supimos hacerlo. Nafir, a pesar de mis intentos de que desistiera de presentar su candidatura, continuó adelante obstinadamente. Y se desató la guerra. Por supuesto, yo me puse inmediatamente de su parte, pues era mi creador y le amaba… La guerra fue terrible, Esaú. Muchos murieron defendiendo sus convicciones. Al final logramos vencer. Y cuando todo parecía volver a la normalidad… Nafir desapareció”.
“Me habías dicho que él te dejó”.
“Sí. Así fue. Después de la guerra, después de toda la sangre vertida… simplemente se fue”.
“¿Estás enfadada con él?”.
“Al principio lo estuve, y mucho. No entendía por qué había hecho eso. Luchamos por él… y se fue sin decirle nada a nadie. Ni siquiera a mí. Si hubiera hablado conmigo… Yo le habría dejado marchar. Me habría dolido, pero nunca me habría opuesto a sus deseos. Él siempre hacía las cosas por una razón. Le gustaba hacer las cosas a su manera. A veces no lo entendía, pero sabía que nunca tomaba una decisión a la ligera… Bueno, la verdad es que últimamente ya no pienso demasiado en ello. Él se fue y tú estás aquí”, dijo, sonriendo.
Cada vez tenía más ganas de conocer a Nafir. Sin duda debió de ser un vampiro realmente poderoso y, al mismo tiempo, controvertido. Por desgracia, si ni la propia Isabelle, su creación, había sido capaz de contactar con él, ¿qué esperanzas podría albergar yo?.
Bajamos a la planta inferior del palacio, donde vi que varios vampiros caminaban por uno de los pasillos hacia la puerta situada al fondo del mismo, que se encontraba abierta y por la que podía ver una sala que bullía de actividad.
Mientras nos internábamos en el pasillo, oí la puerta de entrada. Sin duda se trataba de nuevos vampiros, que llegaban al edificio para asistir a la reunión.
Estaba realmente extasiado y, por qué no decirlo, un poco cohibido por la situación, ya que yo iba a ser el centro de atención del evento. Los inmortales allí reunidos escucharían las explicaciones que Isabelle iba a ofrecerles sobre mi creación al margen del Noviciado. Pero, sin duda, mientras escuchasen a Isabelle, ellos no dejarían de estudiarme, preguntándose qué poderes tendría, por qué había suscitado la atención de un vampiro tan poderoso como Isabelle y, sobre todo, si tenían algo que temer de mí.
Este último pensamiento me hizo esbozar una sonrisa incrédula… ¿qué podían temer de mí? Aún debía aprender muchas cosas sobre mí mismo. Mis poderes eran ya notables, eso era cierto. Pero qué duda cabía de que no serían ni remotamente comparables a los de la mayoría de inmortales que me rodearían, algunos de ellos, como la propia Isabelle, con varios siglos de existencia inmortal a sus espaldas.
Al fin entramos en la sala. Tenía el mismo tamaño que la mazmorra o sala común que estaba situada en el piso de arriba, sobre ella. Separados por un pasillo central, había varias filas de bancos de madera, algunos ya ocupados por vampiros que hablaban entre sí usando su mente. Mientras caminábamos por el pasillo, algunas miradas curiosas se dirigieron hacia mí.
Aún tenía dificultades para captar conversaciones cuyos interlocutores no se dirigieran directamente a mí. Sin embargo, pude captar algunos retazos de las mismas. No me pareció que fueran ofensivas, ni capté la más mínima animadversión hacia mí. Tan sólo una gran curiosidad por saber quién era “el nuevo”. De todos modos, me dije a mí mismo que no debía bajar la guardia en ningún momento, pues, aunque inmortal como ellos, no dejaba de ser un extraño en un lugar extraño.
Era la primera vez que estaba entre un grupo tan numeroso de vampiros. Me fascinaba saber que cada uno de ellos contaba con su propia historia: su despertar a la inmortalidad, las enseñanzas que habría recibido de su creador, los lugares que habría visitado, las gentes que habría conocido, los poderes que habría desarrollado… y no pude dejar de pensar que algunos de ellos habrían sido creados después de la implantación de los Noviciados, soportando en ellos las duras pruebas impuestas por sus creadores antes de serles concedido el Don.
Isabelle pareció captar mi nerviosismo.
“Tranquilo. Conozco a muchos de estos vampiros, y ya has visto que el propio Taiel está de nuestra parte. Todo irá bien”.
“Eso espero”.
Llegamos hasta una tarima donde un único banco se encontraba situado frente a una tribuna que, supuse, sería ocupada por los miembros del órgano ejecutivo del Consejo.
La tribuna, también de madera, estaba finamente tallada mostrando motivos relacionados con los vampiros. Pude distinguir una representación de la ceremonia en la que lo que parecía un mortal, recibía el Don de un vampiro, entre otras cosas.
La sala estaba ya casi llena, e Isabel me indicó que me sentara en el banco, mientras ella se sentaba a mi lado.
Al cabo de unos segundos los murmullos de las conversaciones mentales decrecieron hasta desaparecer. Me giré para ver qué ocurría y vi que entraban en la sala siete vampiros. No se distinguían de cualquiera de los otros que ocupaban la sala. Sin embargo estaba claro quienes eran: formaban el órgano ejecutivo del Consejo. Con gran alivio, vi entre ellos a Taiel. Al menos sabía que contaba con un apoyo seguro entre el Consejo.
Los siete vampiros subieron a la tarima y se sentaron en la tribuna, ante nosotros. Eran cuatro hombres y tres mujeres. De nuevo me resultaba completamente imposible determinar su antigüedad. Sin embargo, dada su relevante posición dentro de la comunidad vampírica, estaba claro que todos debían tener más de un siglo y, estaba seguro que en la mayoría de los casos, varios más.
Puesto que iban a ser ellos los que juzgarían si mi creación por parte de Isabelle se ajustaba a las leyes de los vampiros, intenté estudiarlos. Ninguno de ellos parecía superar los cuarenta o cuarenta y cinco años en términos mortales. En ese momento, oí a Isabelle.
“Arlén”. Había usado un claro tono de desdén al pronunciar el nombre. Seguí su mirada hasta llegar a una de las mujeres que, precisamente, era la que más edad aparentaba. Llevaba el cabello corto y, con gran incomodidad por mi parte, descubrí que ella también me miraba como si me estuviera estudiando. Tenía el ceño fruncido y parecía sumamente concentrada en sus pensamientos. No intenté averiguar cuáles eran, pues sabía que podría detectar mi intrusión.
Desvié la mirada hacia Isabelle y le pregunté quién era aquella mujer.
“Su nombre es Arlén... y podría llegar a ser un problema. Digamos que no nos llevamos demasiado bien”.
“¿Por qué?”.
“Por celos. Estaba enamorada de Nafir y nunca soportó que él me amara. En realidad fue Arlén quien puso a algunos vampiros en contra de Nafir”. Isabelle suspiró. “Y ahora, de alguna forma, se las ha arreglado para ser mi sustituta en el Consejo en la reunión de hoy”.
“¿Ella provocó la guerra?”, pregunté sorprendido.
“Sí. Y temo que quiera hacer lo mismo ahora. Ha pasado de amar a Nafir a odiar todo lo que tenga algo que ver con él. Y tú has sido creado por su discípula...”.
“Me dijiste que todo iría bien”.
“Sólo es un pequeño contratiempo”.
“¿Llamas “contratiempo” a tener como enemiga a alguien capaz de provocar una guerra entre vampiros? Francamente, me parece que es algo más que un simple “contratiempo””.
“Veremos qué ocurre...”.
Para tranquilizarme, seguí estudiando al resto de los ocupantes de la tribuna. Las otras dos mujeres eran más jóvenes, aunque una de ellas parecía haber superado la treintena cuando le fue dado el Don. Ambas parecían distraídas mirando al público que estaba acabando de ocupar los últimos asientos libres que quedaban en la sala. En ningún momento parecieron prestarme atención.
El vampiro que estaba situado en el centro de los demás –el presidente del órgano ejecutivo, supuse- era un hombre delgado. Tras enviar una breve mirada a Isabelle pareció dedicarse a esperar pacientemente a que todo estuviera en orden para poder comenzar la reunión.
Otro de los hombres era el propio Taiel, que me sonrió cuando nuestras miradas se cruzaron. Agradecí ese gesto suyo y le devolví la sonrisa. La verdad es que, aunque sabía que Isabelle se desenvolvería perfectamente, tras conocer a Arlén, necesitaba que me tranquilizaran un poco. Me acerqué lo más disimuladamente que pude a ella en el banco y cogí su mano con la mía. Ella dio un respingo al sentirla, y se giró para mirarme. Entonces sonrió y me apretó ligeramente la mano.
Los otros dos vampiros que formaban el órgano ejecutivo del Consejo parecían estar conversando entre sí y tampoco nos prestaban atención ni a Isabelle ni a mí. Uno de ellos era realmente corpulento y mediría unos dos metros de altura, lo que, para la época, era una altura desmedida. El otro, por el cotnrario, era extremadamente delgado. La vista de ambos personajes hubiera sido cómica de no haber sabido que ambos eran vampiros, por lo que el aspecto físico nunca dejaba traslucir el poder real.
Cuando al fin la sala estuvo al completo, el presidente cerró las puertas mediante un simple gesto de la mano. Pude detectar la corriente de energía que emanaba de él y actuaba sobre las puertas como algo casi tangible. Me quedé fascinado por aquella posibilidad de la que yo carecía, pues mis poderes eran una copia exacta de los de mi creadora y, al no tener ella ese poder, yo tampoco podía tenerlo. Me consolé pensando que seguramente yo tenía algún poder del que él carecía, aunque, lógicamente, no podía estar completamente seguro de ello…
La reunión dio comienzo. El presidente explicó la razón de que se hubiera convocado el Consejo, así como quién era la convocante, y cedió la palabra a Isabelle.
Ésta se levantó y dio unos pasos hasta situarse en la tarima de forma que fuera bien visible. Quizá fuera casualidad o tan sólo una coincidencia, pero lo cierto es que Isabelle se había situado justo delante del puesto que ocupaba Arlén en la tribuna, dándole la espalda completamente, pues estaba situada de cara al público asistente. Vi como ésta fruncía el ceño de forma imperceptible. Sin duda también se había percatado del detalle.
Isabelle volvió a captar mi atención. Allí, de pie, vestida con aquellos lujosos ropajes que tanto le gustaban, y con la actitud de quien sabe que despierta expectación y admiración entre aquellos que la contemplan, aparecía revestida de una aura de digna distinción ¡Qué bella estaba!.
Empezó a hablar. Explicó que se había visto obligada a concederme el Don a causa de ciertas circunstancias que seguidamente pasó a explicar. Contó cómo me había estado estudiando durante un tiempo, cómo siguió mis aventuras durante la Cruzada, cómo fui herido y, finalmente, cómo, ante la disyuntiva de si debía dejarme morir o concederme el Don, eligió esto último.
Apeló, después, a su derecho, como miembro del Consejo, a conceder libremente el Don a quien ella desease, puesto que, tal y como explicó, un puesto en un Consejo avalaba a un vampiro como poseedor de la destreza, el poder y la sabiduría suficientes como para otorgar el Don y controlar, después, al vampiro novel hasta que aprendiera a controlar sus poderes y sentidos y no representase un peligro para sí mismo y para el resto de la comunidad vampírica.
Terminado su alegato, Isabelle volvió a sentarse a mi lado y me sonrió. Yo le devolví la sonrisa. Sin duda había sido un buen discurso. Inteligente y sin fisuras que pudieran ser aprovechadas para atacarnos.
A continuación, el presidente dio la palabra a los miembros de la tribuna que desearan realizar alguna pregunta. Arlén pidió la palabra.
“Nuestra querida Isabelle”, comenzó Arlén, “ha hecho un magnífico discurso. Y sin duda ninguno de nosotros puede discutir el buen juicio que la ha acompañado durante todos estos años. Sin embargo...” Arlén adoptó una afectada pose de duda “...hay algo que me preocupa. Desde el punto de vista de Isabelle, quizá tenga totalmente claro que puede controlar a su discípulo. Pero, ¿y nosotros? ¿Quién de nosotros puede estar seguro de que podrá ser controlado? Yo conozco a Isabelle... y puedo confiar en ella. Pero no lo conozco a él y, por lo tanto, no puedo estar seguro de sus actos”. Arlén nos miró fijamente. “Yo digo que no podemos arriesgarnos a cometer un solo error, pues no tenemos margen de maniobra. ¿Qué ocurriría si los mortales descubrieran nuestra existencia? Hata ahora sólo somos para ellos cuentos y leyendas. Pero eso podría cambiar si entre nosotros hubiera algún elemento incontrolado… como él”, dijo, señalandome.
“¿Y qué sugieres que se haga al respecto?”, preguntó el presidente.
“Lo único que puede hacerse: destruirlo”.
Al oir aquello, me giré hacia Isabelle, mientras el pánico comenzaba a apoderarse de mí. ¿Destruirme?. Aquello no iba bien. Nada, nada bien.
“Tranquilo”, me dijo Isabelle, “ella sabe que no puede conseguir eso del Consejo. No sin mi consentimiento. Tan sólo ha sido una estrategia para ponernos nerviosos”.
En la sala se alzaron murmullos mentales, unos a favor y otros en contra del discurso de Arlén.
“Lo está haciendo otra vez. Maldita zorra”, oí que me decía Isabelle.
“¿Qué está haciendo otra vez?”.
“Dividirnos. Y eso sí es algo que me preocupa”.
Y nada más decirme esto, Isabelle volvió a levantarse del banco y se dirigió a la tribuna.
“Asumo toda la responsabilidad por los actos de mi discípulo”.
Los murmullos comenzaron a apagarse. Arlén sonrió. El tribunal votó esta decisión, que fue aprobada por unanimidad y el presidente dio por concluída la reunión.
Los vampiros comenzaron a abandonar la sala. Antes de que dejarla, Arlén cruzó su mirada con Isabelle. Si se dijeron algo, no pude percibirlo.
Mientras salíamos, Taiel nos dio alcance. Quiso que fuéramos a su despacho para hablar, asi que le seguimos. Una vez allí, comenzó a hablar.
“Siento que las cosas hayan ido así”. Taiel había abandonado el talente risueño que había mostrado en nuestro anterior encuentro y, ahora, su semblante era una máscara de seriedad. “Arlén es muy astuta”.
“Siempre lo ha sido“, dijo Isabelle.
“Pero hemos ganado, ¿no?”, pregunté yo. “El consejo ha aceptado que siga bajo custodia de Isabelle”.
“No es tan sencillo”, respondió Taiel. “Creo que eso era lo que ella pretendía desde un principio. Esperará que cometas algún error… o te inducirá a cometerlo. Y ella estárá allí para dar cuenta de ello. Entonces tendrá una razón para que el Consejo apruebe tu destrucción sin que sea necesario el consentimiento de Isabelle. Y, de paso, provocará la caída en desgracia de ella”.
“Lo que más me preocupa en estos momentos es que Arlén pueda volver a dividirnos”, dijo Isabelle.
“Es cierto que sigue teniendo algunos seguidores incondicionales. Pero de momento están aislados y sin apoyos”.
“Pues esperemos que sigan así”, intervine yo.
Tras despedirnos de Taiel abandonamos el palacio y nos dirigimos hacia nuestra casa.

Mientras cabalgábamos por las calles empredradas de la ciudad, sucedió algo muy extraño. Una voz susurrante en mi cabeza -ni siquiera podría haber asegurado si había sido real o tan sólo imaginaciones mías- pareció dirigirse a mí. Entre el sonido de los cascos de mi caballo resonando en mi cabeza, creí distinguir que la voz me decía: “Pregúntale por qué te salvó”.

Hellcat
Barcelona
19 de julio de 2004

7 comentarios

Hellcat -

Pues no sé si se despejará alguna incógnita en la parte V, porque no es que no la haya empezado... es que ni siquiera he pensado de qué va a tratar. Así que no sé cuando estará lista. Lástima... te vas a quedar con la intriga un tiempo, me temo :P.

Brujita666 -

Hombre, no nos tengas tan intrigados, leche, haber la parte V.Espero que se empiecen a despejar incognitas. Yo haria apuestas, una porra o algo. Que esto es mucho mejor que los culebrones de Telecinco jijiji.
CIAO!!!!!!

Hellcat -

Uis, venganza?

Bruixeta -

Si eso, tú hazte el interesante y de rogar.......VENGANZA!!!!!!!Jijiji..........

Hellcat -

Uis, uis, que misterio más misterioso, verdad? Jeje, y la respuesta a esa pregunta la conozco sólo yo... hasta que la escriba. Pero eso será dentro de un tiempo...
Besis

Bruixeta -

Ahora que me doy cuenta, si digo otra vez "vaya"............................jejejeje, las coletillas estas de.....bueno, de paso aprovecho y te mando tb un abrazo!!!!!!

Bruixeta -

Vaya, me encantan los finales abiertos...¿Por qué lo salvó?, vaya,, mi imaginación empieza a dar vueltas de nuevo...pero mejor me espero a la próxima entrega antes de hacer mis propias conclusiones. Muchos besitos