Relato: Mi despertar
Nunca antes me había atrevido a contar cómo me convertí en sumisa de mi Amo. No porque me avergüence de ello, pues soy totalmente libre para elegir, sino porque soy muy celosa de mi intimidad y consideraba que esta historia era mía y de nadie más.
Sin embargo, ahora, con el paso de los años, me he dado cuenta de que, del mismo modo que me ocurrió a mí, puede que haya muchas chicas jóvenes que estén en una situación análoga a la que yo viví y se sientan confusas y desorientadas. Sirva este texto para intentar ayudarlas y que se comprendan y acepten a sí mismas tal como son.
Por aquel entonces no entraré en detalles sobre la fecha exacta- yo tenía diecinueve años. Vivía con mis padres y mi hermana pequeña en un piso situado en un barrio céntrico de Barcelona. Mi vida era muy sencilla: la familia, la universidad, los fines de semana, el cine, los amigos, mi novio
Mi novio
Jaime era un buen chico. Educado, buen estudiante, cariñoso,... Yo quería a Jaime. Bueno, o al menos eso pensaba por aquel entonces. Ahora ya no lo sé. Sin duda nos habríamos casado en cuanto hubiéramos acabado los estudios y encontrado un trabajo más o menos estable. Los niños habrían llegado poco después. A estas alturas, mi vida sería como la de cualquier mujer de mi edad. Sé que me porté muy mal con él, pero si no lo hubiera dejado yo no habría sido feliz... y habría acabado haciéndole daño. Una amiga común con la que me encontré en un restaurante hace unos dos o tres años me contó que se había casado y tenía un hijo. Me alegro por él de corazón.
Pero me estoy desviando de la historia que me ocupa y me arriesgo a que mi Amo me castigue por ello, así que retomo el hilo allí donde lo dejé. Pido disculpas al lector.
El piso contiguo al nuestro llevaba varias semanas deshabitado. Sus antiguos inquilinos, un matrimonio de avanzada edad, se habían ido a vivir con los hijos y habían puesto el piso en alquiler. Un día, mi hermana entró en casa muy excitada, contando que unos señores estaban entrando unas cajas en el piso de al lado. Íbamos a tener nuevos vecinos. Recuerdo que mi madre hizo un comentario sobre los problemas que traería a la comunidad el hecho de tener unos vecinos raros o ruidosos. Por mi parte, no presté mayor atención al asunto.
Dos días después, por la tarde, sonó el timbre de la puerta. Fue mi padre el que abrió. Al cabo de unos segundos reapareció en el salón acompañado de dos personas. Entonces lo vi a Él. En aquel momento no habría sabido explicar por qué me impactó tanto. A simple vista no tenía ninguna cualidad especial. Aparentaba unos treinta y cinco años, más o menos. No era ni muy alto ni tampoco lo que se dice guapo. Del montón era la expresión que mejor Le definía. Y, sin embargo, en Su actitud había algo ni siquiera ahora sé cómo definirlo. Me limitaré a decir que Su presencia llenaba. Él estaba allí, y todos los demás parecíamos empequeñecidos a Su lado. Me quedé embobada mirándolo, sin saber qué hacer cuando mi padre me Lo presentó como Pablo, nuestro nuevo vecino. A duras penas pude levantarme del sofá y estrecharle la mano. Me sonrió y yo sentí que las piernas me temblaban.
Me obligué a mí misma a girar la cabeza para fijarme en Su acompañante y escapar así del hechizo que parecía haberse apoderado de mí. Ella era una chica muy bonita, unos diez años menor que Él. Tenía una espesa melena de color castaño claro que le caía sobre los hombros como una cascada y unos preciosos ojos almendrados. Su cuerpo, por lo que podía adivinarse bajo la ropa, era esbelto y bien formado. Se llamaba Sonia.
Se me antoja necesario, llegados a este punto, hacer un inciso para explicar al lector que, antes de conocer a mi Amo, nunca había dormido desnuda, excepto cuando me acostaba con Jaime, claro. Siempre usaba un pijama. Cuando sentía la necesidad de masturbarme, me levantaba la camiseta del pijama para poder acariciarme los pechos con una mano mientras introducía la otra dentro de los pantalones. Siempre lo hacía tapada por las sábanas. Nunca me había masturbado en otro sitio que no fuera la cama. Ni siquiera en la ducha. No sé en aquella época me daba reparo verme haciendo según qué cosas.
Sin embargo, aquella noche, ya en mi habitación, no me podía quitar Su imagen de mi cabeza. Mientras me desvestía para ponerme el pijama, me sentí acuciada por un ardor hasta entonces desconocido para mí y que no podía comprender. De repente, mi desnudez se me reveló como algo excitante. Me tumbé en la cama desnuda y comencé a masturbarme como nunca antes lo había hecho, mientras pensaba en Él. Fue el mejor orgasmo de mi vida, sin duda alguna. Aquella noche me obligué a mí misma a dormir desnuda bajo las sábanas.
Ya por la mañana, un sentimiento de culpa se apoderó de mí. ¿Qué me había pasado? No conocía a ese hombre de nada. Ni siquiera me parecía guapo. Además, Él ya tenía pareja. Y muy guapa, por cierto. Además, estaba Jaime, al que yo quería Pero Él seguía dentro de mi cabeza.
Volví a verlo unos tres o cuatro días después. Era de madrugada y yo volvía a casa tras haber salido con Jaime. Caminaba por la acera de casa cuando los vi doblando la otra esquina, frente a mí. Mi primera reacción fue la de intentar evitar el encuentro. Me enfadé conmigo misma por pensar como una cría. Cuando llegamos al portal, abrí la puerta con las llaves y esperé durante unos segundos hasta que ellos llegaron. Él me sonrió y me dio las gracias. Ya en el ascensor, en medio de un incómodo silencio, le miré a la cara disimuladamente. Me sobresalté al darme cuenta de que Él me estaba mirando a mí. Su mirada era muy intensa. Hasta el punto que no pude sostenerla y me vi obligada a apartar la mía. Fue entonces cuando vi el anillo. Era ancho y plateado, con una especie de argolla en la parte superior. Lo llevaba colocado en el dedo pulgar de la mano derecha. Inmediatamente busqué en las manos de ella, por si llevaba uno igual. Efectivamente. Lo llevaba en el dedo anular de su mano izquierda. Era un anillo idéntico al de Él, pero más pequeño, adaptado a la medida de su dedo.
Sabía que Él me seguía mirando. No podía verlo, pero de alguna manera lo sabía. Mis piernas comenzaron a temblar de nuevo. Ahora, recordando aquellos momentos mientras los estoy transcribiendo, me sorprende darme cuenta de que en ningún momento me sentí incómoda. Turbada por Su presencia, sí. Pero no incómoda.
Cuando el ascensor llegó a nuestra planta, salí rápidamente de él murmurando un apresurado hasta luego, abrí la puerta de casa, entré lo más rápidamente que pude, y la volví a cerrar a mi espalda con un alivio indecible. ¡Me había ocurrido otra vez! ¿Por qué aquel hombre producía ese efecto en mí? ¿Por qué me mostraba tan débil ante Él? No lo podía explicar.
Al llegar a este punto de mi relato, miro mi propio anillo y no puedo dejar de sonreír al recordar todo lo ocurrido. Pero debo proseguir con el relato...
El verdadero impacto lo recibí al día siguiente. Mi madre me envió a casa de Él a pedir algo o fue mi padre... En todo caso, ni siquiera recuerdo ya qué era lo que quería- que necesitaba en ese momento. Recuerdo que abrió la puerta Él y que, tras pedirle lo que necesitaba, me quedé esperando mientras se dirigía a buscarlo. Fue entonces cuando vi la escena que cambió mi vida para siempre. En una habitación lateral, a través de la puerta entreabierta, puede ver el cuerpo desnudo de Sonia de espaldas a mí. Sus muñecas, unidas mediante una cuerda, pendían de lo que parecía una especie de gancho sujeto al techo. Sus piernas estaban muy separadas debido a que sus tobillos estaban atados, también con cuerdas, a una barra de madera que impedía que los pudiera juntar. Y sus nalgas firmes y lisas, levemente enrojecidas, se me mostraban magníficas en su desnudez. Su cuerpo estaba cubierto de sudor y su respiración era jadeante. Es sorprendente cómo puedo recordar tantos detalles, dado el tiempo que ha transcurrido desde entonces, habiéndola visto tan sólo durante unos segundos.
Nunca he sabido si mi Amo dejó la puerta entreabierta adrede o fue una casualidad. Sólo sé que aquella imagen me impactó hasta lo más profundo de mi ser. Por extraño que parezca, no me asusté al ver a Sonia así. Ni en ningún momento se me pasó por la cabeza irme de allí. Más bien todo lo contrario. De repente me sentí muy excitada. Cuando Él volvió, pareció no darse cuenta de mi azoramiento. O, si se dio cuenta, no dio muestras de ello. Volví a mi casa caminando lentamente, sin poder dejar de pensar que, en esos precisos instantes, Sonia se hallaba allí, atada, y que Él estaría con ella, haciéndole... lo que le hubiera estado haciendo antes de que yo llamara al timbre.
Tras darle a mi madre o mi padre- lo que fui a buscar, me encerré en mi habitación, me tumbé en la cama y seguí dándole vueltas a la cabeza. Y, de repente, tuve una revelación. No fue un pensamiento producto de una concatenación de razonamientos. Simplemente, el pensamiento apareció allí: deseé ser Sonia. Quise estar allí, desnuda y atada, a Su merced.
Durante los días siguientes llegué casi a obsesionarme con la idea. Dejé de salir con Jaime. Utilizaba la primera excusa que se me ocurría para no quedar con él. Sé que me porté muy mal. Afortunadamente pudimos hablar de ello algún tiempo después. Le conté lo que me había ocurrido y le hable de Él. Por supuesto, no lo entendió. Le hice daño... y eso es de lo único que me arrepiento. Pero como ya he explicado, es mejor así.
Vuelvo a desviarme del tema. Ruego al lector que me disculpe de nuevo. Continúo...
Al final tomé una determinación: debía hablar con Él. Aquel día sí lo recuerdo con toda claridad. Era un sábado por la tarde. Llamé al timbre y de nuevo me abrió Él la puerta. Le pregunté si podíamos hablar y me invitó a pasar. Me llevó hasta el salón. Sonia parecía no estar en casa. Mejor. No quería que ella escuchara lo que iba a decirle. Él se sentó en un sofá. Yo me dispuse a hacer lo propio, pero me dijo que no lo hiciera. Debía permanecer de pie. No empleó un tono brusco o severo para decírmelo. No sé qué fue, pero me vi obligada a obedecerle. Simplemente, su forma de decirlo no daba lugar a otras opciones. Bueno, tú dirás, dijo. Yo no sabía por donde comenzar. ¿Qué podía decirle? ¿Cómo podía abordar la cuestión? Oí pasos. Giré la cabeza y vi a Sonia entrando en el salón. Iba completamente desnuda, excepto por un collar con una argolla que rodeaba su cuello. Era realmente preciosa. Comencé a ponerme realmente nerviosa. Sonia pasó por delante de mí sin mirarme y se arrodilló a Su lado, acurrucándose contra Sus piernas.
Al volver a mirarlo a Él, vi que sonreía. Era la misma sonrisa que había visto en el ascensor, días atrás. Y volví a bajar la mirada. Dime, le oí decir, el otro día, cuando viniste a casa, ¿viste a Sonia?. Sí, contesté con un hilo de voz. Eso me parecía, dijo Él. ¿Y qué piensas al respecto?, preguntó. Me gustó, respondí, sintiendo el calor del rubor en mis mejillas. Arrodíllate, ordenó. Alcé la mirada instintivamente, para asegurarme de que no había oído mal. Él seguía allí, sonriendo, mientras acariciaba el cabello de Sonia, cuya cabeza descansaba en Su regazo, como si fuera una perrita.
Me arrodillé ante Él. Era la primera vez que me arrodillaba ante alguien. Sin embargo, sentí una especie de alivio, de liberación, al hacerlo. Has venido a decirme algo, no era una pregunta. Sí.... Dilo, apremió. Yo... yo... quiero.... Qué quieres. Quiero... quiero... ser como ella, dije, señalando con el dedo a Sonia. Lo serás, sentenció Él.
A partir de ese momento, al admitir lo que deseaba, me sentí distinta. Supe que Él me protegería y consolaría. Que sería mi mentor, mi amigo y mi amante. Me sentí... suya.
Ellos se mudaron de piso un año después y, al acabar mis estudios, me fui a vivir con ellos. Ya han pasado varios años desde entonces. Comparto su felicidad y ellos comparten la mía. Sí, puedo decirlo: soy feliz.
Ahora debo dejar al lector con sus propios pensamientos, pues mi Amo desea jugar conmigo y con Sonia. Siento que mis piernas vuelven a temblar ante la perspectiva de verme de nuevo ante Su presencia. ¡Qué dulces son sus caricias! ¡Cuánto amor hay en sus castigos!... Pero no puedo entretenerme más. Les dejo. Hasta siempre.
Hellcat
Barcelona
20 de enero de 2004
Revisado: 21 de enero de 2004
Sin embargo, ahora, con el paso de los años, me he dado cuenta de que, del mismo modo que me ocurrió a mí, puede que haya muchas chicas jóvenes que estén en una situación análoga a la que yo viví y se sientan confusas y desorientadas. Sirva este texto para intentar ayudarlas y que se comprendan y acepten a sí mismas tal como son.
Por aquel entonces no entraré en detalles sobre la fecha exacta- yo tenía diecinueve años. Vivía con mis padres y mi hermana pequeña en un piso situado en un barrio céntrico de Barcelona. Mi vida era muy sencilla: la familia, la universidad, los fines de semana, el cine, los amigos, mi novio
Mi novio
Jaime era un buen chico. Educado, buen estudiante, cariñoso,... Yo quería a Jaime. Bueno, o al menos eso pensaba por aquel entonces. Ahora ya no lo sé. Sin duda nos habríamos casado en cuanto hubiéramos acabado los estudios y encontrado un trabajo más o menos estable. Los niños habrían llegado poco después. A estas alturas, mi vida sería como la de cualquier mujer de mi edad. Sé que me porté muy mal con él, pero si no lo hubiera dejado yo no habría sido feliz... y habría acabado haciéndole daño. Una amiga común con la que me encontré en un restaurante hace unos dos o tres años me contó que se había casado y tenía un hijo. Me alegro por él de corazón.
Pero me estoy desviando de la historia que me ocupa y me arriesgo a que mi Amo me castigue por ello, así que retomo el hilo allí donde lo dejé. Pido disculpas al lector.
El piso contiguo al nuestro llevaba varias semanas deshabitado. Sus antiguos inquilinos, un matrimonio de avanzada edad, se habían ido a vivir con los hijos y habían puesto el piso en alquiler. Un día, mi hermana entró en casa muy excitada, contando que unos señores estaban entrando unas cajas en el piso de al lado. Íbamos a tener nuevos vecinos. Recuerdo que mi madre hizo un comentario sobre los problemas que traería a la comunidad el hecho de tener unos vecinos raros o ruidosos. Por mi parte, no presté mayor atención al asunto.
Dos días después, por la tarde, sonó el timbre de la puerta. Fue mi padre el que abrió. Al cabo de unos segundos reapareció en el salón acompañado de dos personas. Entonces lo vi a Él. En aquel momento no habría sabido explicar por qué me impactó tanto. A simple vista no tenía ninguna cualidad especial. Aparentaba unos treinta y cinco años, más o menos. No era ni muy alto ni tampoco lo que se dice guapo. Del montón era la expresión que mejor Le definía. Y, sin embargo, en Su actitud había algo ni siquiera ahora sé cómo definirlo. Me limitaré a decir que Su presencia llenaba. Él estaba allí, y todos los demás parecíamos empequeñecidos a Su lado. Me quedé embobada mirándolo, sin saber qué hacer cuando mi padre me Lo presentó como Pablo, nuestro nuevo vecino. A duras penas pude levantarme del sofá y estrecharle la mano. Me sonrió y yo sentí que las piernas me temblaban.
Me obligué a mí misma a girar la cabeza para fijarme en Su acompañante y escapar así del hechizo que parecía haberse apoderado de mí. Ella era una chica muy bonita, unos diez años menor que Él. Tenía una espesa melena de color castaño claro que le caía sobre los hombros como una cascada y unos preciosos ojos almendrados. Su cuerpo, por lo que podía adivinarse bajo la ropa, era esbelto y bien formado. Se llamaba Sonia.
Se me antoja necesario, llegados a este punto, hacer un inciso para explicar al lector que, antes de conocer a mi Amo, nunca había dormido desnuda, excepto cuando me acostaba con Jaime, claro. Siempre usaba un pijama. Cuando sentía la necesidad de masturbarme, me levantaba la camiseta del pijama para poder acariciarme los pechos con una mano mientras introducía la otra dentro de los pantalones. Siempre lo hacía tapada por las sábanas. Nunca me había masturbado en otro sitio que no fuera la cama. Ni siquiera en la ducha. No sé en aquella época me daba reparo verme haciendo según qué cosas.
Sin embargo, aquella noche, ya en mi habitación, no me podía quitar Su imagen de mi cabeza. Mientras me desvestía para ponerme el pijama, me sentí acuciada por un ardor hasta entonces desconocido para mí y que no podía comprender. De repente, mi desnudez se me reveló como algo excitante. Me tumbé en la cama desnuda y comencé a masturbarme como nunca antes lo había hecho, mientras pensaba en Él. Fue el mejor orgasmo de mi vida, sin duda alguna. Aquella noche me obligué a mí misma a dormir desnuda bajo las sábanas.
Ya por la mañana, un sentimiento de culpa se apoderó de mí. ¿Qué me había pasado? No conocía a ese hombre de nada. Ni siquiera me parecía guapo. Además, Él ya tenía pareja. Y muy guapa, por cierto. Además, estaba Jaime, al que yo quería Pero Él seguía dentro de mi cabeza.
Volví a verlo unos tres o cuatro días después. Era de madrugada y yo volvía a casa tras haber salido con Jaime. Caminaba por la acera de casa cuando los vi doblando la otra esquina, frente a mí. Mi primera reacción fue la de intentar evitar el encuentro. Me enfadé conmigo misma por pensar como una cría. Cuando llegamos al portal, abrí la puerta con las llaves y esperé durante unos segundos hasta que ellos llegaron. Él me sonrió y me dio las gracias. Ya en el ascensor, en medio de un incómodo silencio, le miré a la cara disimuladamente. Me sobresalté al darme cuenta de que Él me estaba mirando a mí. Su mirada era muy intensa. Hasta el punto que no pude sostenerla y me vi obligada a apartar la mía. Fue entonces cuando vi el anillo. Era ancho y plateado, con una especie de argolla en la parte superior. Lo llevaba colocado en el dedo pulgar de la mano derecha. Inmediatamente busqué en las manos de ella, por si llevaba uno igual. Efectivamente. Lo llevaba en el dedo anular de su mano izquierda. Era un anillo idéntico al de Él, pero más pequeño, adaptado a la medida de su dedo.
Sabía que Él me seguía mirando. No podía verlo, pero de alguna manera lo sabía. Mis piernas comenzaron a temblar de nuevo. Ahora, recordando aquellos momentos mientras los estoy transcribiendo, me sorprende darme cuenta de que en ningún momento me sentí incómoda. Turbada por Su presencia, sí. Pero no incómoda.
Cuando el ascensor llegó a nuestra planta, salí rápidamente de él murmurando un apresurado hasta luego, abrí la puerta de casa, entré lo más rápidamente que pude, y la volví a cerrar a mi espalda con un alivio indecible. ¡Me había ocurrido otra vez! ¿Por qué aquel hombre producía ese efecto en mí? ¿Por qué me mostraba tan débil ante Él? No lo podía explicar.
Al llegar a este punto de mi relato, miro mi propio anillo y no puedo dejar de sonreír al recordar todo lo ocurrido. Pero debo proseguir con el relato...
El verdadero impacto lo recibí al día siguiente. Mi madre me envió a casa de Él a pedir algo o fue mi padre... En todo caso, ni siquiera recuerdo ya qué era lo que quería- que necesitaba en ese momento. Recuerdo que abrió la puerta Él y que, tras pedirle lo que necesitaba, me quedé esperando mientras se dirigía a buscarlo. Fue entonces cuando vi la escena que cambió mi vida para siempre. En una habitación lateral, a través de la puerta entreabierta, puede ver el cuerpo desnudo de Sonia de espaldas a mí. Sus muñecas, unidas mediante una cuerda, pendían de lo que parecía una especie de gancho sujeto al techo. Sus piernas estaban muy separadas debido a que sus tobillos estaban atados, también con cuerdas, a una barra de madera que impedía que los pudiera juntar. Y sus nalgas firmes y lisas, levemente enrojecidas, se me mostraban magníficas en su desnudez. Su cuerpo estaba cubierto de sudor y su respiración era jadeante. Es sorprendente cómo puedo recordar tantos detalles, dado el tiempo que ha transcurrido desde entonces, habiéndola visto tan sólo durante unos segundos.
Nunca he sabido si mi Amo dejó la puerta entreabierta adrede o fue una casualidad. Sólo sé que aquella imagen me impactó hasta lo más profundo de mi ser. Por extraño que parezca, no me asusté al ver a Sonia así. Ni en ningún momento se me pasó por la cabeza irme de allí. Más bien todo lo contrario. De repente me sentí muy excitada. Cuando Él volvió, pareció no darse cuenta de mi azoramiento. O, si se dio cuenta, no dio muestras de ello. Volví a mi casa caminando lentamente, sin poder dejar de pensar que, en esos precisos instantes, Sonia se hallaba allí, atada, y que Él estaría con ella, haciéndole... lo que le hubiera estado haciendo antes de que yo llamara al timbre.
Tras darle a mi madre o mi padre- lo que fui a buscar, me encerré en mi habitación, me tumbé en la cama y seguí dándole vueltas a la cabeza. Y, de repente, tuve una revelación. No fue un pensamiento producto de una concatenación de razonamientos. Simplemente, el pensamiento apareció allí: deseé ser Sonia. Quise estar allí, desnuda y atada, a Su merced.
Durante los días siguientes llegué casi a obsesionarme con la idea. Dejé de salir con Jaime. Utilizaba la primera excusa que se me ocurría para no quedar con él. Sé que me porté muy mal. Afortunadamente pudimos hablar de ello algún tiempo después. Le conté lo que me había ocurrido y le hable de Él. Por supuesto, no lo entendió. Le hice daño... y eso es de lo único que me arrepiento. Pero como ya he explicado, es mejor así.
Vuelvo a desviarme del tema. Ruego al lector que me disculpe de nuevo. Continúo...
Al final tomé una determinación: debía hablar con Él. Aquel día sí lo recuerdo con toda claridad. Era un sábado por la tarde. Llamé al timbre y de nuevo me abrió Él la puerta. Le pregunté si podíamos hablar y me invitó a pasar. Me llevó hasta el salón. Sonia parecía no estar en casa. Mejor. No quería que ella escuchara lo que iba a decirle. Él se sentó en un sofá. Yo me dispuse a hacer lo propio, pero me dijo que no lo hiciera. Debía permanecer de pie. No empleó un tono brusco o severo para decírmelo. No sé qué fue, pero me vi obligada a obedecerle. Simplemente, su forma de decirlo no daba lugar a otras opciones. Bueno, tú dirás, dijo. Yo no sabía por donde comenzar. ¿Qué podía decirle? ¿Cómo podía abordar la cuestión? Oí pasos. Giré la cabeza y vi a Sonia entrando en el salón. Iba completamente desnuda, excepto por un collar con una argolla que rodeaba su cuello. Era realmente preciosa. Comencé a ponerme realmente nerviosa. Sonia pasó por delante de mí sin mirarme y se arrodilló a Su lado, acurrucándose contra Sus piernas.
Al volver a mirarlo a Él, vi que sonreía. Era la misma sonrisa que había visto en el ascensor, días atrás. Y volví a bajar la mirada. Dime, le oí decir, el otro día, cuando viniste a casa, ¿viste a Sonia?. Sí, contesté con un hilo de voz. Eso me parecía, dijo Él. ¿Y qué piensas al respecto?, preguntó. Me gustó, respondí, sintiendo el calor del rubor en mis mejillas. Arrodíllate, ordenó. Alcé la mirada instintivamente, para asegurarme de que no había oído mal. Él seguía allí, sonriendo, mientras acariciaba el cabello de Sonia, cuya cabeza descansaba en Su regazo, como si fuera una perrita.
Me arrodillé ante Él. Era la primera vez que me arrodillaba ante alguien. Sin embargo, sentí una especie de alivio, de liberación, al hacerlo. Has venido a decirme algo, no era una pregunta. Sí.... Dilo, apremió. Yo... yo... quiero.... Qué quieres. Quiero... quiero... ser como ella, dije, señalando con el dedo a Sonia. Lo serás, sentenció Él.
A partir de ese momento, al admitir lo que deseaba, me sentí distinta. Supe que Él me protegería y consolaría. Que sería mi mentor, mi amigo y mi amante. Me sentí... suya.
Ellos se mudaron de piso un año después y, al acabar mis estudios, me fui a vivir con ellos. Ya han pasado varios años desde entonces. Comparto su felicidad y ellos comparten la mía. Sí, puedo decirlo: soy feliz.
Ahora debo dejar al lector con sus propios pensamientos, pues mi Amo desea jugar conmigo y con Sonia. Siento que mis piernas vuelven a temblar ante la perspectiva de verme de nuevo ante Su presencia. ¡Qué dulces son sus caricias! ¡Cuánto amor hay en sus castigos!... Pero no puedo entretenerme más. Les dejo. Hasta siempre.
Hellcat
Barcelona
20 de enero de 2004
Revisado: 21 de enero de 2004