Relato: El encuentro
Faltaban apenas cinco minutos para que llegara su Amo y todo estaba dispuesto según sus órdenes. Sandra había recibido Su llamada a media tarde. Tras dos semanas sin verle debido a cuestiones de trabajo, oír de nuevo Su voz, aunque fuera a través del teléfono, la transportó a los altares de la felicidad. Intentó que su voz no dejara traslucir su ansiedad por verle y sentir Su presencia. Era una sensación difícil de explicar. Ante Él, Sandra se sentía como una niña pequeña. El peso de ser una persona adulta, que debía defenderse por sí misma ante las dificultades de la vida, desaparecía. Las responsabilidades se esfumaban. Le bastaba con ponerse en Sus manos y obedecer Sus órdenes para alcanzar la libertad de la que no disponía en el día a día. El trabajo, la casa, las facturas... Tantas cosas que hacer y tan poco tiempo... Pero a Su lado todo era diferente. Ella se sometía a Su voluntad. Se entregaba a su Amo sin dudarlo sabiendo que Él le proporcionaría, a través del placer y el dolor, la paz que ella tanto anhelaba. Y tras los juegos, una caricia, unas palabras susurradas al oído y Sus brazos rodeándola y estrechándola contra Su pecho. Y ambos desnudos en la cama, ella acurrucada junto a Él, apretándose contra Su cuerpo, feliz de tenerle aunque sólo fuera por esa noche, feliz de que la hubiera elegido a ella y no a otra. Y todo estaba bien.
Tras saludarse –“Hola, perrita, ¿cómo estás?”. “Hola, Amo. Contenta de escuchar Su voz”-, Él le anunció su visita aquella misma noche. Sandra sonrió al otro lado de la línea y sus ojos brillaron con intensidad.
-Tengo algunas instrucciones para ti, perrita.
-Sí, Amo.
-¿Has comido ya?
-Sí, Amo.
-Bien, habrás acabado de comer hace poco, así que supongo que te ducharás dentro de un rato.
-Cuando Usted quiera, Amo.
-Hazlo cuando te vaya bien. Pero después no te vistas. Te pondrás el collar y permanecerás desnuda durante el resto del día. Comenzarás a vestirte un cuarto de hora antes de que llegue yo, ¿entendido?
-Sí, Amo.
-Ponte el vestido negro.
-Sí, Amo.
-Llegaré a las diez y media. Hasta luego, perrita.
-Hasta luego, Amo.
No eran necesarias más explicaciones. Sandra sabía que Su Amo se refería al vestido largo negro de corte ceñido que se ajustaba perfectamente a las curvas de su cuerpo. Debería complementar su atuendo con los zapatos negros de tacón. No necesitaba nada más.
Siguiendo las órdenes recibidas, tras ducharse y secarse, se puso su collar de sumisa y permaneció desnuda. Para hacer más corta la tarde, mientras se acercaba la hora de cenar, decidió leer un libro. Se tumbó cuan larga era en el sofá y abrió el libro por la página correspondiente. A su lado, un reloj-despertador le avisaría cuando llegase la hora de vestirse. Comenzó a leer, pero al cabo de un momento se dio cuenta de que le era imposible concentrarse en la lectura. Estaba demasiado nerviosa. Dejó el libro sobre la mesa y cerró los ojos. Sin querer, su mente voló, transportándola hacia atrás en el tiempo. Hasta aquellos días en los que, perdida y sola, desesperaba de poder encontrar un estímulo que la ayudara a levantarse cada día y enfrentarse al mundo. Hasta aquellos días en los que, abandonada ya toda esperanza, lo conoció a Él.
Le sería difícil precisar por qué puso el anuncio en el foro. Simplemente, un día, navegando por Internet, dio con él. Al principio no se le pasó por la cabeza la idea de crear un perfil. Pero tras leer algunos de los ya existentes se dijo que no perdía nada con ello. En el peor de los casos le bastaría con ignorar los mensajes de respuesta. No le llevó mucho tiempo rellenar la ficha del perfil con sus datos: “Mujer. Treinta y dos años. Busca hombre o mujer. Amistad...”. Tardó un rato más en escribir el texto explicando sus aficiones, lo que esperaba encontrar y lo que no estaría dispuesta a tolerar.
Al cabo de una hora había recibido tres mensajes. Al cabo de dos horas, ocho. Tras doce horas, su buzón de correo se había colapsado. A la mañana siguiente se dio de baja en el foro.
Como no deseaba borrar ningún mensaje sin haberle dado una oportunidad al remitente, se dedicó a leerlos uno a uno. Para empezar, borró aquéllos que usaban un tono grosero o le pedían sexo sin más. Luego eliminó aquéllos que eran demasiado escuetos o no daban información sobre el remitente. Por último, se dedicó a contestar el resto de forma amable y dando pie a establecer una relación por correo electrónico, pero sin comprometerse a nada.
Entre los mensajes contestados estaba el de Él. Era un mensaje bastante extenso, pero bien redactado, usando un tono educado, a la vez que atrayente, en el que hablaba de sus aficiones, de su trabajo, de por qué le había llamado la atención el perfil de ella, etc. Se trataba, en definitiva, de un mensaje simpático y bien redactado, pero sin ninguna característica remarcable o que hiciera pensar a Sandra lo que le deparaba el futuro.
Establecieron una relación a distancia a través del correo electrónico en la que ambos se contaban cosas sobre sus respectivos trabajos, su forma de entender la vida, etc. Poco a poco los mensajes comenzaron a incluir referencias a sus sentimientos, amores pasados y esperanzas futuras.
Un día Él mencionó el bdsm en uno de sus mensajes. No fue una referencia directa, sino un comentario incluido en la respuesta a un tema que había planteado ella. Tras preguntar qué era el bdsm, Él comenzó a explicarle en qué consistía. Cada una de las explicaciones recibidas generaba nuevas preguntas. Poco a poco, el bdsm fue ganando preponderancia en sus conversaciones. Ella preguntaba. Él contestaba. Le hablaba de sumisión, de entrega, de castigos... pero también de respeto, de diálogo, de conocimiento, de la libertad que otorgan las cadenas. Y la curiosidad fue dando paso a otros sentimientos más complejos. Cuando Él le preguntó de forma directa qué pensaba sobre todo aquello, tuvo que admitir que ya no era tan solo curiosidad. Al leer el siguiente mensaje, a Sandra le dio un vuelco el corazón. Él se ofrecía a iniciarla como sumisa. Si le parecía bien, podían mantener alguna sesión mediante msn con los micrófonos. Sin compromiso alguno. Tan sólo una prueba. En caso de que aquellos juegos colmasen sus expectativas, entonces podría plantearse el pasar a otro nivel. Y Sandra aceptó.
El primer día Él se limitó a hacerle una serie de preguntas más o menos íntimas, con el objetivo de aumentar su conocimiento sobre ella. ¿Se masturbaba regularmente? ¿Cuándo comenzó a hacerlo? ¿Cómo lo descubrió? ¿Qué método empleaba? ¿Su primera relación sexual? ¿Con quién? ¿Fue satisfactoria? ¿Alguna relación lésbica? ¿Cuándo? A Sandra le gustó la forma de plantearlas: directa, sin tabúes, con total naturalidad. Lejos de sentirse incómoda o violenta, fue respondiendo cada una de las preguntas sin dudar. Le resultaba excitante que Él, casi un extraño por aquel entonces, supiera cosas tan íntimas de ella. Cosas que nunca le había explicado a nadie.
A partir de ese momento, cada sesión se tradujo en nuevos avances para Sandra. Nuevos descubrimientos. Primero fue el desnudarse ante la pantalla del ordenador. Después el azotarse, o acariciarse siguiendo Sus instrucciones, o masturbarse ante el espejo del cuarto de baño... Su imaginación parecía no tener límites. Incluso tras apagar el ordenador los juegos continuaban, pues Él le dejaba algunas instrucciones para que ella las cumpliera en un momento o lugar determinado, aunque siempre teniendo en cuenta aquellas circunstancias que pudieran interferir en sus juegos: trabajo, familia, etc.
Un día, Él le ordenó que se desnudara nada más comenzar la sesión. Sandra se extraño, pues era la primera vez que el ordenaba hacerlo de forma tan brusca, pero lo hizo sin titubear. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando vio en la pantalla del msn que Él había conectado la webcam. “Acepta y conecta la tuya”, ordenó. Ella dudó. “¿No aceptas?”. ¿Debía aceptar? Una cosa era responder preguntas y acatar Sus órdenes sabiendo que no era vista por nadie, pero ahora la cosa comenzaba a ir en serio. “Veo que no te atreves. Está bien, no pasa nada”. “No”, casi gritó ella. Rápidamente aceptó la conexión y conectó su webcam. Su propia reacción la cogió desprevenida. Cuando ambos enlaces estuvieron establecidos se quedó con la mirada fija en Él. Nunca se habían visto en persona. Cada uno de ellos tenía solamente algunas fotos del otro. No podía decirse que fuera guapo, pero encontró sus facciones atractivas. O quizá fuera la serenidad que emanaba de su rostro lo que la atraía. No podía decirlo con certeza. De pronto Sandra pareció ser consciente de su desnudez e, instintivamente, encogió su cuerpo. No se dio cuenta de ello hasta que vio que Él sonreía. Le gustó su sonrisa. No era una sonrisa burlona de superioridad, pero tampoco se trataba de una sonrisa vacía de contenido. Su expresión parecía querer decir “tranquila, soy consciente de lo que pasa por tu cabeza”. Ella también sonrió. “¿Te sientes incómoda?”. “Un poco”, admitió ella. “¿Aún quieres seguir?”. Esta vez, ella no dudó. “Sí”. “Sí, ¿qué?”. “Sí, Amo”. “Entonces no escondas tu cuerpo. Mantén el tronco recto”. Ella obedeció. La mantuvo así un rato, mientras la observaba. Sandra no se atrevía a mirarle a los ojos. Sabía que no podría sostenerle la mirada.
Tras ese día comenzaron a jugar de forma regular con las webcam conectadas. Sandra descubrió que le gustaba ser observada por su nuevo Amo mientras cumplía sus órdenes. De vez en cuando, Él le explicaba algo o la corregía cuando hacía algo que a juicio de Él no era del todo correcto. Lejos de sentirse molesta, Sandra seguía atentamente todas Sus explicaciones con el objetivo de complacerle en todo lo que Él demandaba de ella. Descubrió que sentía un cierto placer difícil de describir cuando Él la felicitaba por sus acciones, y Sandra buscaba continuamente esa aprobación intentando cumplir fielmente Sus órdenes.
Tras unas pocas sesiones más, llegó el día en que Él le propuso una sesión real. Esta vez no hubo dudas. Aceptó de inmediato. Entonces Él le dio una serie de instrucciones que Sandra debería seguir durante la cita. Para empezar, debía ir vestida con una falda no muy larga. Como mucho, que llegase hasta las rodillas ¿Tenía algo así? “Sí, Amo”. Bien. Debía llevar una blusa o camiseta que pudiera abrirse por delante. No importaba si llevaba botones o cremallera. “Llevaré algo con botones”. De acuerdo. Debía completar su vestimenta con zapatos de tacón y, por supuesto, no debía llevar ropa interior. No la necesitaría. Pero eso no era todo. Sandra no debía juntar las rodillas en ningún momento, pasara lo que pasara. “¿Y sin ropa interior?”, pensó ella. Dio un respingo cuando oyó la voz de Él: “Sé lo que piensas. Pero debes estar siempre ofrecida a cualquiera que quiera tomarte. En principio sólo yo conozco tu condición de esclava, pero te aseguro que tengo amigos que son perfectamente capaces de averiguar cuándo una mujer es también sumisa solo con verla. Y si eso sucediera, quizá debería ofrecerte. ¿Tú que opinas?”. ¿Qué iba a opinar? Pues que era una idea horrible. Casi no se conocían. Ni siquiera se habían visto en persona. ¿Y Él ya pensaba en cederla a otros? “Me parece bien, Amo”, respondió. “Entonces, ¿aceptarías que eso sucediera?”. “Sí, Amo”. “Eso no es suficiente. Di que lo aceptas”. “Sí, Amo. Lo aceptaría”. “No te preocupes, no sucederá. Al menos de momento. Sé que la idea no te hace ninguna gracia. Lo comprendo. Aún no estás preparada para ello. Pero te he dicho todo esto para que te vayas haciendo a la idea de que si vamos a iniciar una relación seria como Amo y sumisa, deberás enfrentarte a algunos hechos y normas que quizá no sean completamente de tu agrado y que, precisamente por ello, yo valoraré en su justa medida como lo que son: regalos que tú me harás para demostrar tu sumisión y entrega. ¿Comprendes lo que te digo?”. Sí, lo comprendía. Tenía muy claro el concepto de entrega. Y durante el tiempo que habían durado sus juegos virtuales, había aprendido a desearlo. No pensar. Ponerse en Sus manos. Abandonarse a Él. Obedecer y sentir. “Lo comprendo, Amo”. “¿Y deseas seguir adelante?”. “Sí, Amo. Lo deseo”.
Se citaron en un restaurante para comer y poder charlar un rato cara a cara antes de la sesión. Ella fue la primera en llegar, cosa que agradeció, pues así tuvo ocasión de calmarse un poco hasta que las piernas casi dejaron de temblarle. Él no tardó mucho más. Tras los saludos de rigor y las primeras palabras intrascendentes, ambos se sentaron –Sandra con las rodillas ligeramente separadas- y se quedaron mirando al otro durante unos segundos. Él sonreía, pero Su mirada era intensa. Sandra se daba cuenta de que era un hombre acostumbrado a tomar decisiones y dominar la situación. Acabó apartando la vista, incapaz de aguantar aquella mirada. “¿Estás bien?”. Sandra asintió, incapaz de pronunciar palabra. Estaba allí, con Él. Después de todo aquel tiempo. Casi no se lo creía. “Esa no es forma de contestar. Sabes hacerlo mejor”. Su voz sonaba diferente cara a cara. No era una voz desagradable, ni usaba un tono cortante. Pero su tono tenía algo que no admitía réplica y que obligaba al que la escuchara a obedecer indefectiblemente las instrucciones recibidas. “Sí, Amo”. “Mírame”. Sandra obedeció. La sonrisa de Él se había hecho más intensa. “¿Lo ves? Te dije que sabías hacerlo mejor”. Ella también sonrió. “Llevas la blusa muy cerrada. Desabróchate dos botones”. Sandra hizo lo que se le ordenaba y antes de que pudiera reaccionar, Él estiró una mano por encima de la mesa hacia ella y separó ambos lados de la blusa hasta descubrir el comienzo de sus pechos. “Así está mejor. ¿Comemos?”. Sandra asintió de nuevo, pero inmediatamente recordó lo que le había dicho Él hacía un momento y contestó. “Sí, Amo”. “Estupendo. Camarero, por favor”.
La cena transcurrió tranquila. Él derivó la conversación hacia los temas que solían tratar por e-mail -parecía que hubieran pasado siglos desde entonces-: trabajo, aficiones, anécdotas… La hacía reír. Y Él también reía. Su risa era... ¿serena?. A Sandra no se le ocurrió otro apelativo más adecuado. No la contenía, pero tampoco hacía grandes aspavientos. Le gustó Su forma de reírse.
Tras acabar los postres, siguieron charlando un rato más. De repente, el se puso serio, la miró fijamente a los ojos y le preguntó. “Sandra, ¿serás mi perrita?“ Esa fue la primera vez que la llamó así. La primera de muchas. Y por extraño que pareciera no le sonó mal. En otro tiempo, bajo otras circunstancias, habría puesto el grito en el cielo al ser llamada de esa forma. Pero en ese momento le pareció algo... natural. En cuanto a la pregunta que le había planteado, ¿acaso podía dejar pasar una oportunidad así? Por supuesto que no. Sería su perrita. Sería lo que Él quisiera que ella fuera. “Sí, Amo”. Él le cogió la mano por encima de la mesa. De nuevo aquella mirada. “Esa es una respuesta que me llena de felicidad, perrita”. Ella sonrió.
Al salir del restaurante ambos se dirigieron en el coche de Él a casa de Sandra. Tras aparcar, Él cogió del maletero del vehículo un maletín bastante grande. En realidad parecía una maleta pequeña y ambos entraron en la portería. Como ella no dejaba de mirar la maleta, mientras subían en el ascensor Él le explicó que allí llevaba el material necesario para realizar la sesión. Entraron en el piso de Sandra y...
El sonido de la alarma del reloj la sacó de su ensimismamiento. Era hora de vestirse. Faltaban quince minutos para que llegara Él.
Se puso el vestido, se arregló el pelo y se maquilló un poco. A Él no le gustaban los maquillajes recargados, así que se limitó a pintarse los labios y retocarse los ojos, pero con tonos naturales que no destacaran excesivamente.
Justo cuando se daba el último retoque a los labios sonó el interfono que indicaba que su Amo estaba frente a la puerta de la portería. Rápidamente, y tan sólo con el vestido negro y su collar de sumisa como toda indumentaria, se dirigió al recibidor y descolgó el auricular.
-¿Si?
-Soy yo.
Sandra pulsó el botón de apertura sin decir nada. Era una de las pocas licencias que su Amo le concedía. Teniendo en cuenta que ella no podía saber si había algún vecino en ese momento junto a su Amo, Él le permitía no contestar. Un “hola, Amo” o similar, escuchado por según que personas, podría generar situaciones incómodas.
Tras colgar el auricular, Sandra abrió la puerta, pero dejándola entornada de forma que no se pudiera ver el interior del piso. Dio unos pasos hacia atrás y se arrodilló para recibir a su Amo. Las instrucciones eran claras: rodillas separadas, nalgas apoyadas en los talones, dorso de las manos sobre las piernas, tronco recto y hombros ligeramente hacia atrás.
Mientras esperaba no pudo evitar pensar, como hacía siempre que adoptaba esa postura frente a la puerta abierta, que cualquiera, con un simple empujón, podría verla allí, en aquella postura humillante. No le gustaba la perspectiva de que eso sucediera. Sin embargo, el peligro evidente, la posibilidad real de que aquello podía suceder, era en sí excitante.
La puerta se abrió. Como cada vez que esto sucedía mientras ella se encontraba arrodillada, su corazón dio un salto en su pecho. Vio entrar a su Amo con la maleta en la mano en la que llevaba el material para la sesión. Éste se dirigió hacia ella y, al pasar a su altura, le acarició el cabello y le dijo:
-Hola, perrita. Manos sobre la cabeza –y siguió andando, sin detenerse, hacia el salón de la vivienda.
Sandra cruzó sus manos tras su cabeza, con los codos separados y manteniendo el torso recto y los hombros hacia atrás. Sabía perfectamente que para su Amo era muy importante que ella mostrase su predisposición a ser usada y mantener sus rodillas separadas y sus pechos ofrecidos era una buena forma de hacerlo. A Él le agradaba verla y a ella le gustaba mostrase de esa forma ante Él.
Le oyó dejar la maleta en el suelo mientras sentarse en el sofá.
-Ven aquí, esclava.
Puesto que en ningún momento le había indicado que podía levantarse, Sandra caminó a cuatro patas hasta el salón y se situó frente a su Amo en la misma posición que le había sido indicada por última vez.
Todos estos detalles eran de suma importancia en su relación como Amo y sumisa. No había sido fácil su adiestramiento. Una sumisa debía aprender y recordar muchas cosas: posiciones, protocolos al hablar y al actuar, vestuario, etc. Algunas le fueron explicadas durante su adiestramiento virtual, pero la gran mayoría le habían sido reveladas en las sesiones reales que había mantenido con Él. La paciencia de su Amo parecía no tener fin. Le explicaba todo lo que debía hacer y lo que no. Nunca dejaba ningún detalle al azar. Al principio, tener un Amo tan detallista se le antojó a Sandra un inconveniente. Pero pronto aprendió a valorar esos pequeños detalles y hacerlos suyos.
-Desnúdate.
Sin dudarlo, Sandra se quitó el vestido, lo dejó en el suelo a un lado y recuperó su posición. Él contempló su cuerpo, absorto en su desnudez. Sandra notaba Su mirada recorriendo su piel, bajando de su collar a los pechos erguidos por la posición de los brazos, siguiendo hasta su cintura y yendo más allá, hasta su sexo, totalmente depilado siguiendo Sus deseos.
De repente, Él alzó la vista hasta clavar Su mirada en la de ella. Al cabo de unos segundos, le dijo en un susurro:
-Ojalá pudieras verte a través de mis ojos -pausa-. Eres tan hermosa...
Sandra bajó los ojos, abrumada por Sus palabras. Su Amo siempre sabía qué decir para provocar ese azoramiento que tanto le gustaba observar en ella.
-Eres preciosa... y eres mía.
-Sí, Amo. Soy suya.
Él la cogió de la argolla del collar y la atrajo hacia si. Aún con las manos tras la cabeza, Sandra cerró los ojos y sintió los labios de su Amo posarse sobre los suyos mientras Su lengua la penetraba, buscando la suya.
Se separó suavemente de ella y se puso a buscar en la maleta. Sacó una cadena cuya empuñadura de piel hacía juego con el collar que llevaba ella. Le enganchó el mosquetón en la argolla del collar y tiró suavemente de la cadena para indicar a su esclava que debía ponerse a cuatro patas.
-Vamos a dar un paseo, perrita.
Él la condujo despacio a través del salón y por el largo pasillo hasta la habitación del fondo. La hizo girar y emprendieron el camino de regreso al salón. Repitieron el recorrido unas cuantas veces. Sandra mantenía la mirada fija en el suelo. No era necesario que mirara a Su Amo para saber que estaría observando todos sus movimientos, fijándose en el contoneo de sus caderas al avanzar, en su espalda, que tantas veces había acariciado, en sus nalgas, tantas veces azotadas.
Cuando regresaron al salón, Él le quitó la cadena del collar. Se sentó en el sofá y, con un ademán, le indicó a ella que podía subir. Inmediatamente, Sandra se acurrucó contra el cuerpo de su Amo. Sus manos rodeando Su cuello, mientras Él le pasaba los brazos alrededor de su cuerpo desnudo.
Se sonrieron mutuamente. Aún con la sonrisa en los labios, Él le preguntó:
-¿Sabes lo que viene a continuación?
-Sí, Amo –Sandra se puso seria.
-Dímelo. Quiero oírlo de tus labios.
-Me va a torturar.
-¿Y aceptas libremente tu castigo? -Él ya conocía la respuesta de antemano. Pero le gustaba que ella se lo dijera. Y Sandra lo sabía.
-Sí, Amo. Lo acepto.
-¿Por qué?
-Porque soy Su sumisa.
-¿Qué más?
Ahora Sandra sonrió de nuevo.
-Porque le amo.
Él la estrechó aún con más fuerza.
-Yo también te amo, perrita –hizo una pausa-. Pero hoy no voy a ser yo quien elija el castigo y la forma o la zona de tu cuerpo donde llevarlo a cabo. Serás tú.
-¿Yo, Amo?
-Sí. He pensado que puede ser divertido.
Sandra no se esperaba algo así. Rápidamente se dio cuenta de las implicaciones que conllevaba eso. Era como tener que decidir si debían cortarle la pierna derecha o la izquierda. ¿Qué debía elegir? ¿Azotes? ¿Cera? ¿Pinzas?... En el caso de los azotes, ¿con qué prefería que fueran administrados? ¿Mano? ¿Pala?... ¿Látigo? ¿Y cuántos azotes debía solicitar? Si se decidía por las pinzas, debía elegir las que usaría. ¿Las de madera? ¿O quizá las de metal? ¿Con pesas?... En cuanto a la cera, ¿qué tipo de cera? ¿Dónde solicitaría que le fuera aplicada?...
Eligiera lo que eligiera, Sandra tenía miedo de no cumplir las expectativas de su Amo. Quizá a Él le parecería un castigo demasiado ligero. En cambio, si elegía un castigo más duro, quizá no pudiera aguantarlo. En ambos casos su Amo se sentiría decepcionado.
-Elijo los azotes, Amo.
-¿Cuántos?
Sandra vaciló, antes de decir:
-Treinta. En las nalgas.
-¿Con qué instrumento?
-Con Su mano, Amo.
-Muy bien, perrita. Así será. Pero también debes elegir la postura que adoptarás mientras te azoto.
Sandra tragó saliva. Era muy difícil tener que decidir todo aquello. No estaba acostumbrada. No estaba preparada. Pero sabía que Él estaba disfrutando con cada una de sus palabras y eso le daba fuerzas para seguir decidiendo las condiciones de su propio castigo.
-A cuatro patas. Sobre la cama.
-Entonces ve a la habitación y ponte en posición. Yo iré ahora.
-Sí, Amo. –Sandra bajó del sofá y salió del salón.
Él esperó unos minutos antes de seguirla. Cuando entró en la habitación tuvo la magnífica visión del perfil del cuerpo de su esclava a cuatro patas sobre la cama recortándose sobre la tenue luz de las farolas que entraba por la ventana. Podía observar el perfil perfecto de sus nalgas, la línea de su espalda y los pechos ondulantes, subiendo y bajando ligeramente por la respiración. Su figura le recordó a la de una gata.
Se puso detrás de ella y observó la redondez casi mareante de aquellas nalgas firmes y de piel suave y el sexo que asomaba tímidamente entre sus piernas, invitándole a hacer con su perrita algo más que propinarle unos cuantos azotes.
Cuando apoyó su mano sobre una de las nalgas, ella dio un respingo y puso el cuerpo en tensión. Él comenzó a acariciarla y, poco a poco, sintió como se iba relajando de nuevo. Entonces, con la mano libre, le propinó el primer azote. Ella gritó, más por la sorpresa que por el dolor. Sin embargo, a medida que los azotes se iban sucediendo, sus nalgas comenzaron a acusar el castigo. Las caricias que de vez en cuando le proporcionaba su Amo constituían el único consuelo para Sandra que, sin embargo, no tardó en pasar de los gemidos a los sollozos. Pero los azotes caían sobre su cuerpo inexorablemente, uno tras otro.
Tras cumplir el castigo, Él se sentó en el borde de la cama y la abrazó muy fuerte. Sandra, con las nalgas enrojecidas y doloridas, correspondió al abrazo de su Amo, aún sollozando. Se besaron. Él le dijo lo orgulloso que se sentía de ser su Amo. Como respuesta, ella le abrazó más fuerte aún. Ambos se quedaron fundidos en aquel abrazo, gritando su amor en silencio.
Al cabo de un rato, Él también se desnudó e hicieron el amor. Después se abrazaron de nuevo y se durmieron con sus cuerpos entrelazados.
Hellcat
Barcelona
26 de marzo de 2004
Revisado: 29 de marzo de 2005
Revisado: 15 de noviembre de 2005
16 comentarios
Hellcat -
Se agradece la sigerencia. No añadí la adoración de pies por la sencilla razón... de que no me siente atraído por ello, jeje.
Saludos y gracias por entrar en el blog.
MASTER NEY -
Hellcat -
bella_sumisa: Gracias a ti tb :). Pero no será tanto, jeje (jos que me voy a poner colorao).
bella_sumisa -
Llum De Lluna -
Hellcat -
Saludines
true -
Hellcat -
maria jose -
Hellcat -
Master Stephen -
satin{Hc} -
Hellcat -
Satin, jamía, que se te pone la piel de gallina cada dos por tres, jeje.
Silvia, pos sí. Eso es que estaba inspirado ;).
Jaja, Mayte, qué te voy a contar, ya sabe que me sale cadas dos por tres.
mayte -
silvia -
:)
satin{Hc} -